Amistad.

A Ana la conocí un verano de los que solía pasar en un pueblo de la costa de Tarragona con mi familia, por aquel entonces tendríamos unos 7 u 8 añitos. Recuerdo que cada primer día de nuestras vacaciones salíamos corriendo en dirección a la playa para enseñarnos nuestros nuevos bañadores. Juntas hacíamos castillos en la arena, hogueras en Sant Joan, fiestas para celebrar conjuntos nuestros santos (26 de julio y 27 de julio), jugábamos a Dinastía disfrazándonos con las toallas de la playa, nos resguardábamos debajo de unas escaleras durante las típicas tormentas de agosto para jugar a cartas, descubrimos a Madonna y compramos el Like a Virgin, el maquillaje, la discoteca, los novietes. Ya no sólo nos veíamos en verano si no que también para la castañada o halloween, como le llaman ahora. Incluso quedábamos para vernos en Barcelona ya que vivíamos relativamente cerca. Pasamos a formar parte de la familia de cada una. Siempre recordamos lo afortunadas que hemos sido al conocernos y tener una infancia tan feliz.

Pués bien ahora que tenemos treinta y tantos seguimos juntas y ayer asistí al bautizo de su hijo (bautizado con agua de Jordania). Un niño encantador y guapísimo que nunca llora y siempre tiene una pequeña sonrisa para todo el mundo. Para mí que la ha heredado de su madre, una de las personas más fuertes de este mundo, porque a pesar de lo feliz de nuestra infancia la vida no se lo ha puesto nada fácil a mi querida amiga Ana y ha sabido siempre salir adelante y llegar hasta donde está hoy con eso, una sonrisa para todos.